viernes, 8 de julio de 2016

Prudencia VS Impulsividad

Hay pasiones que la prudencia enciende y que no existirían sin el riesgo que provocan. Jules Barbey d'Aurevilly

Todos hemos sufrido en algún momento ese dilema entre lo que pide el cuerpo y lo que aconseja la cabeza. Normalmente (por lo menos en mi caso) suele hacerse caso a la última por muchos motivos: Por vergüenza, por lo ilógico de llevar a cabo la acción de turno, o, la última que citaré de entre las múltiples según cada cuál, la más famosa y universal, el miedo a salir de la zona de confort y exponerse a algo nuevo que no se controla ni a lo que se está habituado. En numerosas ocasiones  vienen más tarde las lamentaciones: <<¡Ay! ¿Por qué me he contenido si quería hacerlo?>>. Es entonces cuando algunos, yo entre ellos, rememoran el momento, pero tomando la decisión contraria; ni que decir tiene que en esa fábula todo sale a pedir de boca, puede que incluso mejor, y se consigue lo deseado. Ese “yo” imaginario sonríe orgulloso, ha ganado, se ha arriesgado y ha logrado su objetivo, lo cual, una vez pensada y resuelta la situación hace centrarse en ese “yo vencedor” e imaginar cómo sería la vida si se fuera como él: Algo alocado, pero resuelto, risueño, en la fantasía esta se le ve incluso más alto y más fuerte. Es atractivo porque, continuamos el razonamiento, es feliz y seguro de sí mismo en cualquier situación.
Hasta aquí bien, por lo menos si vamos a lo que sucede después. Y es que está excelsa (y tan falsa como si hubiese pasado por un experto en Photoshop, y de hecho así es, ha pasado por el photoshop más potente que se conoce, la imaginación) y dichosa (en el doble sentido de contenta y mal traída) imagen lleva implícita una contrapartida. La comparativa que establece instantáneamente alguna parte auto-flagelante del subconsciente entre esa figura ideal y la real, que, casi siempre, no está tan bien considerada, cuando no mal considerada directamente, y, obviamente, la segunda sale (muy) mal parada respecto a la primera.
Habrá personas a las que esto que acabo de describir les suene a orkoide, su autoestima es tal que, a sus ojos, la imagen ideal no difiere en nada, o casi nada, a la suya propia. Y a esta gente, aún sabiendo que la envidia es una horrible y patética emoción, no puedo menos que sentir un poco hacía ellos, porque yo (y creo que más gente) no poseo semejante grado de autocomplacencia.
No obstante, sí que me he dado cuenta de cuán injusto se es con ese “yo reflexivo” (que no cobarde). Ha sido hace poco, con lo que deduzco que se debe pasar un tiempo de madurez para adquirir y madurar esta lección vital; me ha tenido que pasar a mi, por lo que si le pasa a otro y este da un consejo sobre ello somos (y me incluyo también, será el contacto prolongado con vuestra raza) tan necios de terminar olvidandolo, tenemos que vivirlo en nuestro propio ser para comprender en toda la dimensión; Interesarme de verdad, parece ‘conditio sine qua non’ que te importe realmente para obtener alguna enseñanza de la experiencia vivida; y la última, pero no por ello menos importante sino todo lo contrario, ver mientras aún me rondaba el asunto por la cabeza, el tremendo error que hubiese supuesto hacer caso a mis impulsos para entenderlo, pero ahora lo veo:
Primero, si no ves pronto la “pared” con la que hubieras chocado de bruces, se corre el riesgo de atenuar las consecuencias de haber actuado de acuerdo a los instintos.
Segundo, este encontronazo con la realidad, el segundo en poco más de un mes, me ha hecho ver que ese “yo ideal” está alimentado por la fantasía más de lo que se cree, cometiendose una tremenda injustica a la que sometemos a la conciencia, máxime cuando la pobre sólo intenta proteger de unas consecuencias que pueden ir de livianas (el bochorno de flirtear con una persona cuando llega en ese momento su pareja) a trágicas (el horror de perder los ahorros por hacer una inversión de la que no se está muy seguro pero promete mucho dinero), pasando por traumáticas (un crucero que sueñas que se hunde, pero te empeñas en hacerlo y, aunque te salves, al final se hunde) o de cualquier otro tipo. No es cuestión de no arriesgarse nunca, es cuestión de no tomar el riesgo por “lo bueno” y la precaución por “lo malo”.
Todo esto parece un tanto cobarde, mas la cobardía es algo diferente a lo que aquí expuesto, es algo distinto a la conservaduría, que es de lo que va esta reflexión.
En definitiva, estas líneas sólo tratan de evitar que te mortifiques la próxima vez que tomes una decisión conservadora, pues, a lo mejor, te sorprendes viendo que la sensata era, además, la decisión correcta.
No hay mayor dicha ni desdicha que Prudencia e Imprudencia. Baltasar Gracián

No hay comentarios:

Publicar un comentario