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El día que deje de aprender de mis alumnos dejaré de enseñarlos como ellos lo hacen conmigo.-Maestro Yoda |
Hola, querido lector, bienvenido a la
entrada de esta semana.
Esta vez va dedicada a las personas que han construido mi mente. Y es que hace unos días me paré a pensar, me hicieron reflexionar, en cómo he llegado hasta aquí, no en cuanto a circunstancias, no en cuanto a posición, dinero, estatus social... nada de eso tan material, tan tangible y pegado a lo hoy día más valorado, como nunca antes y precisamente por ello como nunca antes vanagloriado. Me hicieron pensar en cómo son mis mecanismos mentales, mi puzzle psicológico, ético, moral... aquello que define mi persona en su ámbito más profundo, más complejo y difícil de catalogar que, sin embargo, es la esencia del ser, de mi ser. Ese "Je ne se qua" que yo llamaría conjunto de ideales y valores; surgido, en parte, de la capacidad de observar, comprender, respetar y valorar las ideas, opiniones y pensamientos de los demás. Todavía más, de sospesarlos francamente, superando prejuicios impuestos de forma exógena para, finalmente, juzgarlos (siempre con respeto pues son el ideario personal de alguien y sólo por eso ya merecen una reverencia) e incluso adoptarlos si son verdaderamente buenos, tal vez (¿Por qué no pensarlo?) mejores que los que poseía. Y es que no es cosa de risa esto que cuento, todo el mundo puede enseñarte algo, abrirte los ojos a una realidad desconocida o juzgada de forma errónea.
Esta vez va dedicada a las personas que han construido mi mente. Y es que hace unos días me paré a pensar, me hicieron reflexionar, en cómo he llegado hasta aquí, no en cuanto a circunstancias, no en cuanto a posición, dinero, estatus social... nada de eso tan material, tan tangible y pegado a lo hoy día más valorado, como nunca antes y precisamente por ello como nunca antes vanagloriado. Me hicieron pensar en cómo son mis mecanismos mentales, mi puzzle psicológico, ético, moral... aquello que define mi persona en su ámbito más profundo, más complejo y difícil de catalogar que, sin embargo, es la esencia del ser, de mi ser. Ese "Je ne se qua" que yo llamaría conjunto de ideales y valores; surgido, en parte, de la capacidad de observar, comprender, respetar y valorar las ideas, opiniones y pensamientos de los demás. Todavía más, de sospesarlos francamente, superando prejuicios impuestos de forma exógena para, finalmente, juzgarlos (siempre con respeto pues son el ideario personal de alguien y sólo por eso ya merecen una reverencia) e incluso adoptarlos si son verdaderamente buenos, tal vez (¿Por qué no pensarlo?) mejores que los que poseía. Y es que no es cosa de risa esto que cuento, todo el mundo puede enseñarte algo, abrirte los ojos a una realidad desconocida o juzgada de forma errónea.
Gracias a todas las personas que han
pasado por mi vida yo soy quién soy, soy cómo soy, con mis filias y mis fobias.
Algunos han contribuido positivamente, otros negativamente; unos han surtido un
efecto beneficioso, otros perjudicial... todos, y absolutamente todos, han
hecho de mi la persona que actualmente (pues dentro de un tiempo seré distinto,
influenciado por los acontecimientos y personas que por mi vida han
transcurrido) genera simpatías y odios en las personas que a mi encuentro
llegan. Gracias a mi abuelo y mi tía-abuela; gracias a mi hermano; también a
mis amigos incluídos los que ya no están y los que llegan ahora. A todos ellos
gracias y, muy especialmente, a mi madre y a mi tía. Por su influencia, por
compartir sus ideas y opiniones, por mostrarme más mundo del que yo mismo era
capaz de vislumbrar, he podido ser la persona que soy ahora. Capaz de oír
(escuchar, que es más importante) e intercambiar pareceres sin cerrarme en el
propio.
¿Y por qué es importante esto? ¿Por
qué hoy he decidido escribir sobre esto? ¿Qué tan importante me puede haber
empujado a esta gratitud? Nada más y nada menos que la sencilla certeza de la
confrontación entre personas por sus diferencias de opiniones, mejor dicho, por
la incapacidad de ponerse en el pellejo del otro, de ser incapaz de pensar en
las ideas del otro detenidamente dejando por un momento de lado su opinión
personal. No digo que a veces no me obceque, como todo el mundo, pero gracias a
mi entorno familiar sé escuchar y gracias a mis conocidos (no sólo mis amigos)
conozco otros puntos de vista que han enriquecido mi experiencia vital. Eso me
parece importantísimo. Más que eso, vital. La cuestión, llegados a este punto,
no es cubrirme de flores, ni mucho menos. Sí, ya puestos, dejar constancia de
aquellos a los que tanto debo, pero tampoco lo prioritario, no. Lo principal
que busco con esta entrada es hacerte pensar, mi querido lector, hacerte
participe del sinsentido humano. ¿Cómo es posible que hoy, más conectados que
en ningún otro momento de la historia, con tantos medios para comunicarnos,
para hablar e intercambiar ideas, con tantos recursos para informarnos y
razonar nuestras opiniones, cómo es posible que sea el momento en que más
discutamos? Eso parece lo lógico, sin embargo, resulta esperpéntico que dicho
enfrentamiento se produzca con más vehemencia y menos respeto del que pueda
recordarse, cómo si las razones del otro, por bien fundamentadas que estén,
sean pueríles, tonterías risibles (y eso en el mejor de los peores casos) sin
valor ninguno. ¿Por qué? ¿Quién decide que nosotros sí tenemos razón y el
prójimo está equivocado, es poco menos que un idiota (ese idiota-sabio que más
de una vez y de dos ha dado sorpresas) y su opinión no tiene mayor valor, menos
sentido? Mejor dicho ¿Qué parte de nosotros, porque el quién es evidente y la
respuesta es la más triste: nosotros mismos?
Lo peor de lo peor viene cuando se
politizan esas opiniones. El estigma de la política deviene en los más atroces
enfrentamientos porque una vez se inmiscuye esta parte de la cultura, la
mayoría se inclina por uno u otro "lado", y, una vez te has alineado
con un bando, el otro es el contrario. Ese posicionamiento, yo más bien diría
alienamiento, nos vuelve ciegos y sordos a las propuestas de nuestros
semejantes, porque esas personas ahora son casi (y sin casi) el enemigo y, por
ende, su ideario es una neoherejía para nosotros, sin valorar los fundamentos
en que se basan sus ideas. Es entonces cuando el orgullo de la humanidad, el
intelecto, la razón, se viene abajo y nos retrotraemos al instinto más
primario, involucionamos a simios alelados con insultos en vez de armas
arrojadizas y faltas de respeto en el lugar de bastos... y eso cuando no se
toman los puños físicos. Y todo porque nos volvemos incapaces de razonar, de
ver la verdad en las raíces del otro. No recordamos que todos vivimos en el
mismo mundo y todos queremos ser felices.
Si, claro, hay monstruos a los que
esto les da exactamente igual, puede que hasta busquen lo contrario, pero
entonces habría que recordar también que esas formas de buscar información nos
puede servir para contrastar nuestras ideas y las del resto, nos puede servir
para cosas muy obscuras o, bien usado, para discernir a esos monstruos. Pero
sobre todo para tratar de hacer ver, desde el razonamiento, lo bueno y lo malo
de cada postura, porque, como digo, hay monstruos, pero son muchos, muchísimos
menos de los que creemos cuando nos cerramos a nuestro prisma. Si antes de
contestar todos nos tomaramos unos instantes para preparar la réplica
asimilando la información que nos acaban de ofrecer, nuestras respuestas seguro
mejorarían, lo cual no es importante por nosotros sino por ese interlocutor con
quién ejercemos la suprema facultad humana: el habla, que nos procura la
prósperidad. Gracias a ese habla y ese intercambio de ideas y pareceres la raza
humana se ha alzado desde los gruñidos hasta la sociedad y la ley.
¿No lo ves igual? Mejor aún ¿Cómo
vives tú, querido lector? ¿Buscas la verdad en las razones del prójimo, aunque
a veces te dejes llevar por tu simio interior, o sigues apaleando a los demás
por "ijnorantes"? No sé, yo no soy perfecto, pero gracias a los otros
soy mejor (y peor, todo a la vez) de lo que hubiera sido en soledad. Por ello:
¡Gracias a mi gente y a la gente!
Nos vemos, sólo sigue el sendero boscoso.
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