viernes, 22 de septiembre de 2017

Respeto de la Opinión



El día que deje de aprender de mis alumnos dejaré de enseñarlos como ellos lo hacen conmigo.-Maestro Yoda



Hola, querido lector, bienvenido a la entrada de esta semana.

Esta vez va dedicada a las personas que han construido mi mente. Y es que hace unos días me paré a pensar, me hicieron reflexionar, en cómo he llegado hasta aquí, no en cuanto a circunstancias, no en cuanto a posición, dinero, estatus social... nada de eso tan material, tan tangible y pegado a lo hoy día más valorado, como nunca antes y precisamente por ello como nunca antes vanagloriado. Me hicieron pensar en cómo son mis mecanismos mentales, mi puzzle psicológico, ético, moral... aquello que define mi persona en su ámbito más profundo, más complejo y difícil de catalogar que, sin embargo, es la esencia del ser, de mi ser. Ese "Je ne se qua" que yo llamaría conjunto de ideales y valores; surgido, en parte, de la capacidad de observar, comprender, respetar y valorar las ideas, opiniones y pensamientos de los demás. Todavía más, de sospesarlos francamente, superando prejuicios impuestos de forma exógena para, finalmente, juzgarlos (siempre con respeto pues son el ideario personal de alguien y sólo por eso ya merecen una reverencia) e incluso adoptarlos si son verdaderamente buenos, tal vez (¿Por qué no pensarlo?) mejores que los que poseía. Y es que no es cosa de risa esto que cuento, todo el mundo puede enseñarte algo, abrirte los ojos a una realidad desconocida o juzgada de forma errónea.

Gracias a todas las personas que han pasado por mi vida yo soy quién soy, soy cómo soy, con mis filias y mis fobias. Algunos han contribuido positivamente, otros negativamente; unos han surtido un efecto beneficioso, otros perjudicial... todos, y absolutamente todos, han hecho de mi la persona que actualmente (pues dentro de un tiempo seré distinto, influenciado por los acontecimientos y personas que por mi vida han transcurrido) genera simpatías y odios en las personas que a mi encuentro llegan. Gracias a mi abuelo y mi tía-abuela; gracias a mi hermano; también a mis amigos incluídos los que ya no están y los que llegan ahora. A todos ellos gracias y, muy especialmente, a mi madre y a mi tía. Por su influencia, por compartir sus ideas y opiniones, por mostrarme más mundo del que yo mismo era capaz de vislumbrar, he podido ser la persona que soy ahora. Capaz de oír (escuchar, que es más importante) e intercambiar pareceres sin cerrarme en el propio.

¿Y por qué es importante esto? ¿Por qué hoy he decidido escribir sobre esto? ¿Qué tan importante me puede haber empujado a esta gratitud? Nada más y nada menos que la sencilla certeza de la confrontación entre personas por sus diferencias de opiniones, mejor dicho, por la incapacidad de ponerse en el pellejo del otro, de ser incapaz de pensar en las ideas del otro detenidamente dejando por un momento de lado su opinión personal. No digo que a veces no me obceque, como todo el mundo, pero gracias a mi entorno familiar sé escuchar y gracias a mis conocidos (no sólo mis amigos) conozco otros puntos de vista que han enriquecido mi experiencia vital. Eso me parece importantísimo. Más que eso, vital. La cuestión, llegados a este punto, no es cubrirme de flores, ni mucho menos. Sí, ya puestos, dejar constancia de aquellos a los que tanto debo, pero tampoco lo prioritario, no. Lo principal que busco con esta entrada es hacerte pensar, mi querido lector, hacerte participe del sinsentido humano. ¿Cómo es posible que hoy, más conectados que en ningún otro momento de la historia, con tantos medios para comunicarnos, para hablar e intercambiar ideas, con tantos recursos para informarnos y razonar nuestras opiniones, cómo es posible que sea el momento en que más discutamos? Eso parece lo lógico, sin embargo, resulta esperpéntico que dicho enfrentamiento se produzca con más vehemencia y menos respeto del que pueda recordarse, cómo si las razones del otro, por bien fundamentadas que estén, sean pueríles, tonterías risibles (y eso en el mejor de los peores casos) sin valor ninguno. ¿Por qué? ¿Quién decide que nosotros sí tenemos razón y el prójimo está equivocado, es poco menos que un idiota (ese idiota-sabio que más de una vez y de dos ha dado sorpresas) y su opinión no tiene mayor valor, menos sentido? Mejor dicho ¿Qué parte de nosotros, porque el quién es evidente y la respuesta es la más triste: nosotros mismos?

Lo peor de lo peor viene cuando se politizan esas opiniones. El estigma de la política deviene en los más atroces enfrentamientos porque una vez se inmiscuye esta parte de la cultura, la mayoría se inclina por uno u otro "lado", y, una vez te has alineado con un bando, el otro es el contrario. Ese posicionamiento, yo más bien diría alienamiento, nos vuelve ciegos y sordos a las propuestas de nuestros semejantes, porque esas personas ahora son casi (y sin casi) el enemigo y, por ende, su ideario es una neoherejía para nosotros, sin valorar los fundamentos en que se basan sus ideas. Es entonces cuando el orgullo de la humanidad, el intelecto, la razón, se viene abajo y nos retrotraemos al instinto más primario, involucionamos a simios alelados con insultos en vez de armas arrojadizas y faltas de respeto en el lugar de bastos... y eso cuando no se toman los puños físicos. Y todo porque nos volvemos incapaces de razonar, de ver la verdad en las raíces del otro. No recordamos que todos vivimos en el mismo mundo y todos queremos ser felices.

Si, claro, hay monstruos a los que esto les da exactamente igual, puede que hasta busquen lo contrario, pero entonces habría que recordar también que esas formas de buscar información nos puede servir para contrastar nuestras ideas y las del resto, nos puede servir para cosas muy obscuras o, bien usado, para discernir a esos monstruos. Pero sobre todo para tratar de hacer ver, desde el razonamiento, lo bueno y lo malo de cada postura, porque, como digo, hay monstruos, pero son muchos, muchísimos menos de los que creemos cuando nos cerramos a nuestro prisma. Si antes de contestar todos nos tomaramos unos instantes para preparar la réplica asimilando la información que nos acaban de ofrecer, nuestras respuestas seguro mejorarían, lo cual no es importante por nosotros sino por ese interlocutor con quién ejercemos la suprema facultad humana: el habla, que nos procura la prósperidad. Gracias a ese habla y ese intercambio de ideas y pareceres la raza humana se ha alzado desde los gruñidos hasta la sociedad y la ley.

¿No lo ves igual? Mejor aún ¿Cómo vives tú, querido lector? ¿Buscas la verdad en las razones del prójimo, aunque a veces te dejes llevar por tu simio interior, o sigues apaleando a los demás por "ijnorantes"? No sé, yo no soy perfecto, pero gracias a los otros soy mejor (y peor, todo a la vez) de lo que hubiera sido en soledad. Por ello: ¡Gracias a mi gente y a la gente!

Nos vemos, sólo sigue el sendero boscoso.

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