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Las lágrimas son palabras que necesitan llorar.- Paulo Coelho |
Quizá en otros lugares hayan
felicitado la navidad, la Semana Santa, la Fería de Abril o algo, pero creo que mis lectores
(espero) estarán cansados o sencillamente no les apetezca una más de este tipo
de cosas, las típicas entradas de relleno hechas para cubrir el hueco de ideas
(o ganas de escribirlas) que suele haber en este tipo de épocas del año
(vacaciones, vaya). Sea o no así, yo SÍ lo pienso por lo que, como este es un
blog de autor (eufemismo para decir que hago lo que me da la gana en él. Es lo
que tiene rendirle cuentas a uno mismo, cierta libertad), voy a ir
directamente a lo que me interesa, una de mis reflexiones poco profundas pero
muy largas (¿Te gusta conducir, digo escribir?) que nada tienen que ver con el
espíritu navideño ni santo, ni... ni nada.
De hecho esta es una entrada de las
más extrañas que escribiré, ya lo aviso. Es un pensamiento que me ya ido dando
vueltas a la cabeza durante un tiempo pero que nunca he verbalizado: Esas
ocasiones en las que se empieza a llorar sin motivo aparente, sin que una
situación especialmente dramática o alegre afecte al ánimo, o haya voluta de
humo, ráfaga de viento o cualquiera de las condiciones que explicarían este
suceso, presentes. En esos casos ¿Nadie se ha preguntado nunca que sucede
entonces para provocar estas gotitas saladas? Sinceramente, quizá yo tampoco le
prestará mucha atención al principio, pero más tarde me dí cuenta de la rareza
de estas pequeñas, de su excepcionalidad.
Quizá no duelan tanto como las
habituales, pero debe notarse que tampoco se dan si nos sentimos bien, si no
nos sentimos, en alguna parte de nuestro interior, agitados, inquietos o
sencillamente tristes. No se dan si algún rincón de nuestra alma algo no está desgarrado,
incluso aunque no lo hayamos sentido. Algo está roto, está mal y esas lágrimas
son la manera en que nuestro interior nos lo hace saber. Cuando el corazón ya
no aguanta más el dolor se desahoga incluso aunque la mente consciente no se
haya dado cuenta de ese pesar y la única forma de expresarlo para nuestro lado
emocional es con la clásica (aunque no siempre ligada a ello) representación
del duelo, con ese idioma universal, único que entiende un lado tan profundo,
como es la simbología. El problema es que nuestra mente no entiende a veces ese
lenguaje y el duelo sigue ahí, sin que sepamos siquiera que está, ahogado por
la tormenta de estimulos que nos arroja el día a día desde que abrimos los
ojos. No lo vuelvas a ignorar, querido lector, puede que estés ignorando algo
más importante que ese quehacer tan vital e ineludible, y luego lo lamentes,
creemé si valoras en algo mi palabra...
¿Sabes? A veces me gustaría poder
hablar con mi subconsciente y preguntarle qué sabe que a mi limitada parte
consciente se le escapa hasta desconocer casi completamente. Ese conocimiento
de porqué siento felicidad o tristeza y no entiendo ni el motivo, sólo puedo
sentirlo y adivinar que tras él hay un motivo por la regla causa-efecto, mas
sólo alcanzo a conjeturar cual es esa causa oculta.
Me gustaría que el subconsciente
humano tuviera una voz, una tan alta y clara como la de la conciencia, pues su
importacia es semejante a la de nuestra guía y ella sí posee presencia (¿Quizá
Dios no tuviera en cuenta que si nos hacía tan sensibles necesitabamos una
mejor comprensión de dicha sensibilidad? Tal vez creyó que daríamos mejor uso a
nuestra inteligencia, que no tardasemos más dos mil años en siquiera dar forma
al termino inteligencia emocional. Lo siento, Creador, pero tus ovejas tienen
unas inclinaciones menos... constructivas). Ójala pudieramos oír su eco, para
que expresara con palabras lo que nuestro cuerpo grita con sensaciones. Y es
que sinceramente, no creo el cerebro haya desconectado del corazón, únicamente
la parte que decimos racional, la parte que tanto orgullo genera siendo la
menos inteligente, la que menos conoce y comprende.
Y ahora ¿Cómo se recupera? Si quisiera
recuperarla ¿Qué debo hacer? ¿Lo sabes tú, mi sentido lector? Si al menos
supiera cómo hablarle a mi interior para que este respondiese, aujque fuese en
ocasiones, no mantener un diálogo constante, porque no todas las oraciones sin
respueta son respuestas en sí, creo que a veces nuestros anhelos simplemente no
llegan a su destino, no llegan ni a ese rincón profundo de nuestro ser ni a, si
es que existe, la Entidad que guarde la estrellas, y se pierden. Esa pérdida
debe ser muchas veces la causa de nuestro lamento, que el subconsciente conoce
cuando el deseo se ha perdido por el camino, cuando la comunicación ha fallado
y nos hemos quedado sólos, alejados... hasta de nosotros mismos.
Vaya, que texto tan largo para decir
esa frase de Amaral: Necesito a alguien que comprenda que estoy sólo en medio
de un montón de gente ¿Qué puedo hacer?. Y ni siquiera encuentro ese algo que
la literatura cuenta como la parte que nos hace especiales, la parte que nos
hace resistir en medio de la tormenta por fuerte que sople, por aislados que
estemos, porque hay tanto ruido a mi alrededor, en mi, que no alcanzo ni a oír
eso, que es, sino lo único, lo más importante. Noto mi corazón latiendo bajo el
pecho, pero olvidé porqué lo hacía ¿Eso aún cuenta como vivir, o sólo es el
ruido que presagia la derrota final, la derrota del alma cansada de sobrevivir
cuando quiere vivir (y ambas palabras, pese compartir la plabra
"vivir", no se parecen en nada)? No lo sé, sin embargo, al menos ya
sé que algo se está rompiendo dentro de mi y que, por mucho que crea y me
repita: Puedo con todo, esto no me afecta... ya me afectó.
Toma nota de mi reflexión, que mi
tropiezo te sirva de lección. No dejes que sea demasiado tarde, mi estimado
lector, no dejes que la situación te desgarre ese pedacito de ti que la
sociedad desprecia como débil: tu Gracia, tu sentido de ser, ese algo por lo
que luchar, por lo que seguir despertandose un mañana más. Siempre una vez más,
por muchas veces que caigamos.
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Cada lágrima enseña a los mortales una verdad.- Platón |
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