![]() |
Hay quién cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego. León Tolstoi |
Después de una discusión con un alguien a cuenta de la
película cuyo título da, a su vez, nombre a esta entrada he querido pararme
sobre las enseñanzas de la naturaleza humana que entraña este film.
La primera de ellas es el egoísmo con el que estamos
tratando este planeta, nuestro hogar, nuestra cuna que nos vió nacer y crecer
(y, esperemos, no morir también).
Es obvio que la mera existencia de cualquier especie deja
una huella en el planeta, sin embargo, lo que caracteriza y también asusta de
la provocada por la mano humana es su globalidad. Ninguna otra raza o especie
animal ha sido capaz de provocar cambios que afecten al Medio Ambiente a escala
planetaria, de provocar con su acción debacles y catástrofes naturales, más
también artificiales (¿Alguien ha dicho Chernobil? ¿No? Entonces debió ser
Fukushima…), de toda magnitud. Nuestro paso por este mundo a partir de la
Revolución Industrial ha cambiado el clima de regiones enteras y alterado de
forma significativa el del resto, eso sin comentar el culmen de nuestra
egolatría cuando, de forma totalmente deliberada, consideramos que una zona ha
de ser rehecha al gusto de los hombres, bien por motivos funcionales (economía…),
bien por motivos estéticos. ¿Cómo podemos alterar el paisaje natural sólo
porque no encaja en nuestro gusto? Y luego está cuando lo hacemos sin causa
aparente como cuando construimos por debajo del nivel del mar.
Yo me pregunto ¿Por qué hacemos esto? ¿Es para confirmar a nuestro desmedido ego que somos superiores a la Madre Naturaleza, tal vez? ¿Es para dejar constancia del poderío humano? ¿Es para que quede constancia de nuestra supina estupidez? ¿Es para… qué?
Yo me pregunto ¿Por qué hacemos esto? ¿Es para confirmar a nuestro desmedido ego que somos superiores a la Madre Naturaleza, tal vez? ¿Es para dejar constancia del poderío humano? ¿Es para que quede constancia de nuestra supina estupidez? ¿Es para… qué?
Es decir, a menudo vemos y tratamos como algo normal que el
interés humano vaya en contra de lo que es y hace o sucede en la Tierra y, lejos
de amoldarnos a estos caprichos del planeta en que vivimos (Ese en el que evolucionamos
hasta la especie que somos hoy en día, no sé cómo, quizá, y sólo quizá porque
no nos vendría tan mal, pero sólo quizá ¿eh?), elegimos voluntariamente
enfrentar nuestra voluntad a la suya y modificar aquello que creamos oportuno.
Esto de por sí es gravísimo, pero si por lo menos tuviéramos en cuenta las
consecuencias… ¡Mas no! Lo hacemos sin siquiera hacer una predicción de qué
será lo que suceda por haber cambiado el normal desarrollo natural. ¡Y luego
nos quejamos de las consecuencias! Qué digo, le echaremos la culpa a un planeta
inhóspito que trata de acabar con sus criaturas (¡Toma ya!) ¿Pero eso qué más
da? Lo importante, lo grave, no es nuestras quejas sino quienes pagan la
factura, porque, oh, si, enfrentarse a la Naturaleza es saber que habrá que
pagar consecuencias de antemano. A menudo, por no decir siempre, esas las
pagarán justo quienes no las provocaron, ni siquiera sacaron rédito de aquello
que las generó. Estos justos que pagan, no “con”, sino “por” los pecadores suelen
ser personas, y siempre, siempre, animales.
De verdad que me saca de quicio ver como arde un bosque o se
contamina un río, se corrompe el mar con petróleo… y los primeros que huyen o
mueren con una expresión asustada en el rostro son aquellos que ni siquiera
sospechaban de nuestra inmensa (debe ser divina porque no se entiende como es
tan grande) irracionalidad.
¿Cómo podemos, por unos intereses casi siempre económicos,
destruir el mundo, la biosfera que necesitamos para vivir? Un elemento vital
para nuestra propia pervivencia sacrificado a cambio de fútil metal del que no
podemos ni alimentarnos ni sacar ningún beneficio. ¡Maldita sea! ¿Es que no lo
entendemos? ¿Es que no comprendemos que no vale de nada, que su única propiedad
es que brilla, lo cual lo hace, al parecer de algunos, bonito? Y aún así,
aunque no entendamos esto, aunque seamos idiotas en grado sumo ¿No entendemos
que tenemos una responsabilidad para con las demás especies? ¿Qué no vivimos
solos en esta roca y que si la alteramos también estamos alterando el hogar de
muchos más, además de nosotros mismos? ¿Dónde queda nuestra tan cacareada
filosofía, nuestra ética, nuestra supuesta superioridad? ¿Qué somos si no
hacemos nada por nadie, si nuestra mayor preocupación es devorar este mundo y
después el siguiente? Consumir cada fracción de lo que nos es útil (y no tan
útil) y después… marcharnos.
Si, como si no valiera la pena nada de lo que nos rodea,
como si sólo estuviéramos aquí para consumir y marcharnos, arrasamos con lo que
nos rodea. Un restaurante de comida rápida de tamaño cósmico, aunque ahora
mismo sólo podamos con el trocito que pisamos y dentro de poco el que tenemos
al lado. Somos devoradores de mundos. Una especie sedienta. El gran aniquilador...
¿Somos? ¿Realmente es esa nuestra verdadera naturaleza? Yo diría que no, más
bien diría que nos hemos dejado llevar por nuestros más bajos impulsos y, en
una ceguera absoluta, no estamos viendo lo que estamos haciendo. Igual que eso
que está tan de moda ahora, los zombies, igual que ellos, estamos desgarrando
las entrañas de nuestra Madre Tierra sin saber bien lo que estamos haciendo,
sin darnos cuenta en el monstruo en que nos hemos convertido. Y lo peor de lo
peor es que no sólo nosotros estamos ya pagando el precio. Me pregunto qué
pensarán los animales de nosotros cuando nos miran, qué veríamos nosotros mismo
si fuese al revés ¿Diríamos que tienen alguna clase de enfermedad? ¿La rabia?
Quizá tuviéramos razón, quizá sí que sea una enfermedad, no
física sino psíquica ¿Quién dice que el egoísmo, que la incapacidad para
empatizar, para simplemente darse cuenta de la existencia más allá del “yo”, no
sea una enfermedad? Diría que lo es, y mortal, la más mortal de todas, porque
no te destruye ella sino lo que viene con ella.
Si el día de mañana, si como en la película que me ha hecho
hacer esta reflexión, no tenemos ni para comer, si el planeta ha dicho “Hasta
aquí he llegado, me habéis matado” ¿Entonces qué? ¿Qué diremos a nuestros
hijos, a los animales que comparten nuestro hogar? ¿”Lo siento, es que quería
nadar en ese metal porque mira como brilla”? O tal vez ¿No es que el planeta
este era de segunda categoría y no estaba hecho para una raza superior como
nosotros?... Una raza superior como nosotros… Tiene gracia, nunca he visto a
una especie inferior obtener placer en la muerte de otro ser vivo, sea cual
fuese; recrearse en cómo se escapa la vida del cuerpo moribundo y conseguir
admiradores por ello. No, yo nunca he visto a una especie inferior tratar con
egoísmo el planeta, arrasar con lo que quisieran porque, simplemente, podían.
Dime tú, lector, tú que eres superior, ¿Realmente te sientes
así? ¿Realmente crees que mereces todo por sencillamente haber nacido? ¿Realmente
crees que tu existencia es preponderante a la de cualquier otra especie?
Confesare que cuando un animal me mira y no lo hace con
miedo, sino con esa especie de fe, esa especie de creencia en que puedes
hacerlo todo, como si estuviese ante una suerte de dios mortal, es cuando yo
menos poderoso me siento, es cuando me siento más frágil porque sé que esa
confianza es infundada, porque sé que tarde o temprano se dará cuenta de su
error y su decepción SI que es la mayor desolación que conozco. Y en cada
ocasión habría vendido mi alma sólo por poder estar a la altura de sus
expectativas.
![]() |
Dios perdona siempre, el Hombre a veces, pero la Naturaleza no perdona nunca. Dicho popular. |