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La primera emoción de la mente humana es: La Curiosidad. Edmund Burke |
La segunda parte del tema que empezó aquí, tiene que ver con la intrínseca curiosidad humana.
Hay una parte en la película (y tranquilo querido lector,
que a diferencia de la entrada sobre la Civil War, en
este caso el spoiler es irrelevante sobre la conclusión de la trama, como mucho
ayuda a entender una motivación del protagonista masculino), una en la que la
profesora de su hija regaña a esta, y después a su padre, por no tener un libro
que esté adaptado a la enseñanza que se quiere impartir. Esto en sí mismo ya
daría para otra entrada, “lo que se quiere enseñar”, no la realidad, no la
verdad, no. Como en un Ministerio, mucho más siniestro que el del tiempo, la
verdad no es sino lo que se quiere contar a los indefensos alumnos que no
sabrán más que eso que les cuentan y, sin nadie para contradecirlo, ¿Cómo, por
qué siquiera, dudar de los profesores? Como en aquella distopía de Orwell, (aunque
no hay que olvidar sino denunciar que esto ya se hace en algunos países) los Poderes
Fácticos, organismos sin rostro ni alma, pero con nombre y conciencia de sí
mismos, como esos Mercados que la gente sólo redescubre al inicio de las crisis
financieras para olvidarlos igual de rápido al final de las mismas; ahora
dictaban esa línea de pensamiento y no cabía más posibilidad que agachar la
cabeza o ser excluido. La supuesta profesora exponía, muy ufana, como si fuera
portadora de un argumento irrebatible, que era indecoroso contarles a los niños
el proceso de llegada a la Luna, con su consiguiente presupuesto, y perdón por
el chiste fácil, astronómico, mientras la gente se moría de hambre.
¡La Luna! Que no llega ni a ser nuestro metafórico patio
trasero de casa, más bien algo así como niños que llegan con sus pequeñas
piernecitas, nuestros cohetes Saturno 5, al dormitorio de sus padres para
conjurar sus sueños. Vaya sorpresa debió de ser para algunos ver que, tras la
atmósfera no nos esperaba Dios con su cohorte de ángeles; en vez de Pedro con
las llaves nos encontramos con una frontera, sí, pero una que no estaba
diseñada con barrotes de oro bellamente decorados, sino con distancias a las
que no podíamos siquiera aspirar a cubrir. No obstante, eso fue el primer paso,
no porque a partir de ahí pensáramos en llegar a Marte, no. Si no porque nos
abrió los ojos a un nuevo sitio por descubrir, uno que llegaba más lejos que
nuestros mares, el espacio. Y al igual que esas aguas, ese corazón de del
Continente Negro en el que nacieron los primeros ancestros, el ser humano
necesitaba destapar los secretos, cartografiar cada recodo, de ese nuevo lugar.
Es así, va en la naturaleza humana el afán descubridor, somos exploradores y
ansiamos contemplar cosas nuevas, encontrar maravillas ocultas.
Pero esta profesora no pensaba lo mismo, ¡no la habían hecho
concebir lo mismo! El dinero y el control social estaban por delante de
cualquier consideración incluidos los mismos instintos del Hombre. Así, esa
pequeña alumna, aún portando la razón, fue amonestada delante de sus compañeros
y progenitor sólo por saber la verdad y negarse a aceptar la falacia que iba
contra la razón misma de la raza humana.
Claro que era cierto el sufrimiento, en el momento de
cumplirse el programa Apolo mucha gente se moría de hambre en el mundo, pero, a
diferencia de la situación que plantea la película, la mayoría de esa gente
sufridora no vivía en el país donde se ideó dicha empresa y, por tanto, no
importaba su opinión o sus penurias. Daba igual. Ese es el pensamiento de los,
como he llamado, “Poderes”, y como habitualmente, están equivocados, pues no
piensan más que unidireccionalmente, en mantener su poder o, aún mejor,
aumentarlo. No son capaces de entender que las misiones Apolo eran el reflejo
de una necesidad humana y que, aunque la misma humanidad perezca por alguno de
sus múltiples y variados fallos, contra su forma de ser no se puede ir, no se
puede luchar porque es una batalla (gracias a Dios) perdida de antemano, la
naturaleza colectiva, los pilares de qué está hecha esta raza son unos y si hay
que tratar de limarlos es, en todo caso, es de esos vicios. No de una virtud
que es de las mejores que poseemos, como la pasión en nuestras acciones o la
sensibilidad artística.
Así pues, Interstellar enseña que la humanidad, es capaz de
lo peor (la primera parte de esta entrada doble) y de lo mejor, y en esa
dualidad ha caminado y caminará siempre, tratar de cambiar eso es tratar de
arrancarse la piel para ponernos otra que nos guste más, un suicidio.
Al final, esa virtud, nos salva y no diré de qué manera
porque entonces sí que haría spoiler a quién no haya visto la película, pero
qué bonito ver, aunque sea en una historia fantástica, como nuestras virtudes,
nuestro Lado Luminoso es capaz de salvarnos no de nosotros mismos, sino de
nuestros defectos pues si creemos en nosotros mismos, si no nos empeñamos en
aumentar nuestros defectos, somos capaces de cualquier cosa, de los mejores
sueños. Sólo hay que tener Fe, pero una fe mucho más tangible que la dirigida a
las alturas. Fe en nosotros mismos.
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El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho. William Shakespeare |
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