viernes, 21 de octubre de 2016

Apatía social

La abundancia estrangula, pero el hambre no descansa. Proverbio Zulú
He pasado dos semanas “rumiando” mentalmente lo que ahora expongo, no sabía si escribirlo pues me debatía internamente si era una completa carencia de empatía o sencillamente  un exceso de celo por mi parte, finalmente he decidido escribirlo y dejar en manos del lector la sentencia.
Todo el mundo habrá visto frutales en el lugar donde vive, aunque sea uno escapado en el jardincito de alguna casa, pero ¿Alguien se ha fijado en ellos en época de recolección? Nadie, absolutamente nadie,  ni tan siquiera sus propios dueños, parece hacerlos caso, como si esos frutos, por el mero hecho de colgar de sus ramas en vez de amontonarse en pilas de cajas, una tras otra, con un precio encima; no mereciesen sino alfombrar el suelo que se pisa o alimentar, si es caso, a los pájaros (y eso si se les permite y no se los pone impedimentos de toda clase, porque molesta que una bandada coma lo que otro desprecia).
Como mucho, en un intento de acallar la voz de la conciencia, es posible que se coja uno de esos frutos, como una damisela de cuento coge florecillas en el bosque, pero con una cara casi de asco más propia de las brujas de esas historias. Mas ni siquiera ellas eran tan despreciativas. Incluso con toda su maldad, eran capaces de aceptar los regalos que la naturaleza los otorgaba desinteresadamente, y aunque estas criaturas las usaban para sus retorcidos propósitos, tenían la sabiduría necesaria para emplearlas… No sé si será porque los niños prefieren a los príncipes con complejo de héroe o las princesas con problemas freudianos, despreciando a (según mi parecer) los personajes interesantes y, con ellos, sus prácticas o si hay motivos adicionales que me son ocultos, pero, sea como sea, veo por doquier fruta echándose a perder sin que nadie parezca darse cuenta del asunto, como si fuera parte más del mobiliario urbano que se coloca en determinadas fechas cual adornos de Navidad.
Es más, incluso en zonas donde hay parcelas o jardines se pueden ver, no sólo de árboles sino hasta cepas, como vides, echando a perder sus uvas. Este es el motivo por el que escribo esto, por el último caso que, lo reconozco, me ha enervado:
Un chalet tiene unas vides grandes y fructíferas y ¿Qué han hecho los nuevos dueños de la propiedad? Podar salvajemente las vides ¡con las uvas incluidas! No, no exagero, vi con mis propios ojos como metían en sacos de basura cepas enteras con sus racimos lustrosos a los que sólo yo debía escuchar sus cantos de sirena (“comemé, comemé”) porque los propietarios las estaban tirando como quién recoge y tira los recortes de una valla de enredadera.
Y no es este el único caso que conozco, no.
Puedo hablar de otros casos (Alguien tiró cinco ¡CINCO! sacos enteros de manzanas igual que se tiran sacos de hojas secas) y de casas con árboles frutales que dan frutos sólo para ver cómo se pudren. Si, pudrirse. Sin exagerar ni un poco. No puedo mostrar fotos porque son propiedades privadas, pero ahí están para el que lo quiera ver, fruta de tan madura caída en el suelo, generando una segunda capa en la tierra como nieve en invierno.
Es sorprendente ver como comparten vecindario con gente que trata de sacar cuatro cosillas de un huerto con matas más parecidas a bonsáis. Será que a mi me criaron en otro concepto, pero yo aprovecharía cada fruto que me dieran esas plantas dándoles las gracias por ello.
No sé, si no se quieren esos frutos, ¿En serio no se podría hacer algo con ellos mejor que dejarlos echar a perder? ¿No se podría hacer mermelada, compota… algo? Sé que está muy manido ¡Pero es que es cierto! Hay gente que se muere de hambre, gente a la que un tarro, un simple tarro de mermelada, sería casi una bendición, y, maldita sea, esto es algo que puede hacerse, que no debe esperarse a que lo haga una empresa o el gobierno obligue a la empresa a hacerlo con alguna ley que debatir en el parlamento mientras la ayuda se retrasa un tiempo que esas personas no tienen. Hacer compota con aquellas manzanas y darla a cualquier organización o comedor social era algo que sólo requería de cuatro cosas: Agua, azúcar, tiempo y una pizca de voluntad, un poco de voluntad ¿No?
No lo sé, por eso digo al principio que, quizá, sea un exceso de celo mío y no algo tan grave. Quizá esa gente no tenga tiempo para estar pendiente del dulce… Por eso digo que dejo la decisión en tus manos, querido lector, ¿Tú que crees? ¿Es negligencia, como las de los supermercados tirando comida, o es falta de tiempo en un mundo que cada día exige más?

Sólo diré una cosa más, ¿No sería buena opción, tanto que dicen que los padres apenas pueden estar con sus hijos, pasar un rato entretenido en la cocina y de paso enseñarles valores, todo en uno?
Dios nos da los alimentos y el Diablo los cocineros. Thomas Lloyd

jueves, 13 de octubre de 2016

"Herejes", "Ignorantes" y Otras bestias.

La Ciencia sin Religión es coja y la Religión sin Ciencia está ciega. Albert Einstein
Jugando con el título de cierta película gamberra voy a detenerme en un hecho que tiene poco de comedia, la creciente disputa entre Ciencia y Religión, ambas sacrosantas por la gracia de sus respectivos profetas, predicadores de según quién crea más importante: El hombre, en general, o un hombre, en particular.
Bueno, quizá esto peque de generalista pues no todos los entogados o portadores de bata blanca cargan sobre sus respectivas contrapartes del bienestar, físico al espiritual o viceversa.
Sin embargo, los que gustan de seguir a Mateo trayendo espada en vez de paz, han generado suficiente odio para enemistar generaciones enteras.
Guste o no, fue la religión (y no sólo las diferentes ramas del cristianismo, esas son sólo unas entre tantas) la que empezó, martirizando a los pobres valientes cuya infamia fue ser presas de su genialidad para ir más allá de las fronteras del conocimiento. Motivo suficiente este para, a menudo, ser recompensados con alguna clase de muerte brutal y violenta entre el regocijo de las masas enfervorecidas y engañadas, obviamente, para que no piensen que es posible sabiduría alguna sin que venga de las alturas.
Hasta aquí lo expuesto es de conocimiento público y no resulta más novedoso que la búsqueda incesante (y aún más agotadora necesidad de mantener) el poder. Lo interesante viene a continuación, y es el igual de clásico, a mi juicio, ánimo revanchista que se ha generado en torno a esa pléyade de, llamémosles, “palmeros” que no mueven aire frío sino sectarismo, y a veces hasta odio, mediante sus columnas, artículos y demás medios de comunicación en sus manos gracias al apoyo, completamente interesado, de sus caciques  doctores sin nada que ver con la medicina la mayoría, presos del mismo fanatismo que en los otros denostan.
Llegados a este punto, mi querido lector, puede que piense que soy un igual a estos que tan duramente juzgo, pero en el bando contrario. Permitemé… ¿Qué insista? No, ese es el que vende seguros, yo sólo te pido unos pacientes minutos más de tu atención.
Quiero recalcar que son unos pocos (por mucho ruido que hagan) los intolerantes que, condenados a repetirlo por no aprender los errores pasados, intercambian alegres adjetivos (“Herejes” VS “Ignorantes” con público y sin reglas como en el Club de la Lucha) en un combate de creencias, pues ¿Qué hay más importante que el corazón de los hombres?
Una batalla en la que nadie sale vencedor y todos perdemos.
La Religión debe entender que su reino es el de lo trascendente, no el de la biología o la etimología. Su razón de ser es aportar serenidad al espíritu, no gobernar la voluntad, pues es designio divino que esta no sea doblegada, salvo por las leyes de la ética la cual no es su competencia exclusiva.
La Ciencia debe entender que, valga el juego de palabras, no lo entiende todo y puede aspirar a la omnisciencia, está en su derecho, mas también debe ser lo suficientemente madura como para entender que no lo sabe todo y habrá cosas que no sepa nunca, lo que no invalida todo lo bueno que produce, sólo la hace mortal, la hace… humana.
No obstante, hay gente en ambas partes que no acepta esto, y mientras siga pasando seguiremos perdiendo, y estoy harto de perder por cuatro neosofístas de pacotilla, alimentados por otros tantos semejantes pero en el otro bando.

¿Qué tan de malo hay en aceptar los límites propios? ¿Qué tan grave sucedería si unos aceptan que jamás podrán probar la existencia, más que del concepto de “Dios”, de la trascendencia; y otros que no todo tiene porque ser mandato celestial?
¿No ven lo ridículo que resulta verlos esgrimir toda clase de recursos, a cual más pobre como la alucinación (¡hasta colectiva!), las histeria, la paranoia o la imaginación desbordante, para justificar su ignorancia? ¿O la supuesta superioridad moral para asumir las responsabilidades del ser en qué creen y juzgar al prójimo?
No lo sé, pero estoy convencido que no sería el cataclismo que creen ¿O tal vez si? ¿Y si es tan o más grave aún, pero no para la humanidad sino para ellos mismos y su “importancia”?
Un poco de Ciencia nos aleja de Dios, mucha, nos devuelve a Él. Louis Pasteur