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La abundancia estrangula, pero el hambre no descansa. Proverbio Zulú |
He pasado dos semanas “rumiando” mentalmente lo que ahora
expongo, no sabía si escribirlo pues me debatía internamente si era una
completa carencia de empatía o sencillamente
un exceso de celo por mi parte, finalmente he decidido escribirlo y dejar
en manos del lector la sentencia.
Todo el mundo habrá visto frutales en el lugar donde vive,
aunque sea uno escapado en el jardincito de alguna casa, pero ¿Alguien se ha
fijado en ellos en época de recolección? Nadie, absolutamente nadie, ni tan siquiera sus propios dueños, parece
hacerlos caso, como si esos frutos, por el mero hecho de colgar de sus ramas en
vez de amontonarse en pilas de cajas, una tras otra, con un precio encima; no mereciesen
sino alfombrar el suelo que se pisa o alimentar, si es caso, a los pájaros (y
eso si se les permite y no se los pone impedimentos de toda clase, porque
molesta que una bandada coma lo que otro desprecia).
Como mucho, en un intento de acallar la voz de la conciencia, es posible que se coja uno de esos frutos, como una damisela de cuento coge florecillas en el bosque, pero con una cara casi de asco más propia de las brujas de esas historias. Mas ni siquiera ellas eran tan despreciativas. Incluso con toda su maldad, eran capaces de aceptar los regalos que la naturaleza los otorgaba desinteresadamente, y aunque estas criaturas las usaban para sus retorcidos propósitos, tenían la sabiduría necesaria para emplearlas… No sé si será porque los niños prefieren a los príncipes con complejo de héroe o las princesas con problemas freudianos, despreciando a (según mi parecer) los personajes interesantes y, con ellos, sus prácticas o si hay motivos adicionales que me son ocultos, pero, sea como sea, veo por doquier fruta echándose a perder sin que nadie parezca darse cuenta del asunto, como si fuera parte más del mobiliario urbano que se coloca en determinadas fechas cual adornos de Navidad.
Es más, incluso en zonas donde hay parcelas o jardines se pueden ver, no sólo de árboles sino hasta cepas, como vides, echando a perder sus uvas. Este es el motivo por el que escribo esto, por el último caso que, lo reconozco, me ha enervado:
Un chalet tiene unas vides grandes y fructíferas y ¿Qué han hecho los nuevos dueños de la propiedad? Podar salvajemente las vides ¡con las uvas incluidas! No, no exagero, vi con mis propios ojos como metían en sacos de basura cepas enteras con sus racimos lustrosos a los que sólo yo debía escuchar sus cantos de sirena (“comemé, comemé”) porque los propietarios las estaban tirando como quién recoge y tira los recortes de una valla de enredadera.
Y no es este el único caso que conozco, no.
Puedo hablar de otros casos (Alguien tiró cinco ¡CINCO! sacos enteros de manzanas igual que se tiran sacos de hojas secas) y de casas con árboles frutales que dan frutos sólo para ver cómo se pudren. Si, pudrirse. Sin exagerar ni un poco. No puedo mostrar fotos porque son propiedades privadas, pero ahí están para el que lo quiera ver, fruta de tan madura caída en el suelo, generando una segunda capa en la tierra como nieve en invierno.
Como mucho, en un intento de acallar la voz de la conciencia, es posible que se coja uno de esos frutos, como una damisela de cuento coge florecillas en el bosque, pero con una cara casi de asco más propia de las brujas de esas historias. Mas ni siquiera ellas eran tan despreciativas. Incluso con toda su maldad, eran capaces de aceptar los regalos que la naturaleza los otorgaba desinteresadamente, y aunque estas criaturas las usaban para sus retorcidos propósitos, tenían la sabiduría necesaria para emplearlas… No sé si será porque los niños prefieren a los príncipes con complejo de héroe o las princesas con problemas freudianos, despreciando a (según mi parecer) los personajes interesantes y, con ellos, sus prácticas o si hay motivos adicionales que me son ocultos, pero, sea como sea, veo por doquier fruta echándose a perder sin que nadie parezca darse cuenta del asunto, como si fuera parte más del mobiliario urbano que se coloca en determinadas fechas cual adornos de Navidad.
Es más, incluso en zonas donde hay parcelas o jardines se pueden ver, no sólo de árboles sino hasta cepas, como vides, echando a perder sus uvas. Este es el motivo por el que escribo esto, por el último caso que, lo reconozco, me ha enervado:
Un chalet tiene unas vides grandes y fructíferas y ¿Qué han hecho los nuevos dueños de la propiedad? Podar salvajemente las vides ¡con las uvas incluidas! No, no exagero, vi con mis propios ojos como metían en sacos de basura cepas enteras con sus racimos lustrosos a los que sólo yo debía escuchar sus cantos de sirena (“comemé, comemé”) porque los propietarios las estaban tirando como quién recoge y tira los recortes de una valla de enredadera.
Y no es este el único caso que conozco, no.
Puedo hablar de otros casos (Alguien tiró cinco ¡CINCO! sacos enteros de manzanas igual que se tiran sacos de hojas secas) y de casas con árboles frutales que dan frutos sólo para ver cómo se pudren. Si, pudrirse. Sin exagerar ni un poco. No puedo mostrar fotos porque son propiedades privadas, pero ahí están para el que lo quiera ver, fruta de tan madura caída en el suelo, generando una segunda capa en la tierra como nieve en invierno.
Es sorprendente ver como comparten vecindario con gente que
trata de sacar cuatro cosillas de un huerto con matas más parecidas a bonsáis.
Será que a mi me criaron en otro concepto, pero yo aprovecharía cada fruto que
me dieran esas plantas dándoles las gracias por ello.
No sé, si no se quieren esos frutos, ¿En serio no se podría
hacer algo con ellos mejor que dejarlos echar a perder? ¿No se podría hacer
mermelada, compota… algo? Sé que está muy manido ¡Pero es que es cierto! Hay
gente que se muere de hambre, gente a la que un tarro, un simple tarro de
mermelada, sería casi una bendición, y, maldita sea, esto es algo que puede hacerse, que no
debe esperarse a que lo haga una empresa o el gobierno obligue a la empresa a
hacerlo con alguna ley que debatir en el parlamento mientras la ayuda se
retrasa un tiempo que esas personas no tienen. Hacer compota con aquellas
manzanas y darla a cualquier organización o comedor social era algo que sólo
requería de cuatro cosas: Agua, azúcar, tiempo y una pizca de voluntad, un poco
de voluntad ¿No?
No lo sé, por eso digo al principio que, quizá, sea un exceso
de celo mío y no algo tan grave. Quizá esa gente no tenga tiempo para estar
pendiente del dulce… Por eso digo que dejo la decisión en tus manos, querido
lector, ¿Tú que crees? ¿Es negligencia, como las de los supermercados tirando
comida, o es falta de tiempo en un mundo que cada día exige más?
Sólo diré una cosa más, ¿No sería buena opción, tanto que
dicen que los padres apenas pueden estar con sus hijos, pasar un rato entretenido
en la cocina y de paso enseñarles valores, todo en uno?
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Dios nos da los alimentos y el Diablo los cocineros. Thomas Lloyd |