miércoles, 11 de octubre de 2017

Fractura de Valores

La demagogia es la hipocresía del progreso. - Pierre Joseph Proudhon
Hola, querido lector.

¿Cómo estás? Espero que bien porque la siguiente entrada va a ser bastante directa y va a tocar un tema muy sensible, el cambio en el prisma de la moral, como algunos monstruos (de esos que ya hemos hablado en alguna ocasión anterior) retuercen a su antojo los hechos para generar una enfermiza idea distinta de la real pero de fácil asimilación para el desprevenido. De hecho, ¿Sabes? Iba a empezar escribiendo que esta era era una entrada sesgada y no, ni mucho menos, pero es la idea que tratan de calar en nuestro subconsciente, y hay que luchar día a día para sacar de nuestras neuronas ese mensaje completamente cínico.

Es un hecho comúnmente aceptado que cada día vamos a peor, pero nadie hace nada. Las barbaridades y sandeces que dicen o hacen buena parte de las personas hoy día habrían escandalizado, por su falta de argumentos y lógica, a la sociedad occidental de no hace tantos años. En las escuelas explicamos a los niños que las locuras proclamadas por demagogos o actos de violencia (gratuita) ejecutados por dementes en la antigüedad eran producto de la ignorancia de la época, que las personas apenas si sabían contar y mucho menos leer o, por supuesto, escribir. Es una buena excusa, si, pero se queda en eso, una excusa, debe ser así porque en nuestros días, en el que la analfabetización dentro del mundo occidental es prácticamente marginal, todos (y me incluyo, pues quien más y quien menos en algún momento se ha visto seducido por la promesas de un mesías, falso mesías, que prometía aquello que tanto anhelabamos) nos hemos dejado influir por alguna mente iluminada según nuestros gustos particulares o hemos visto actos de barbarie impropios de nuestros tiempos.

Centrandome en lo primero, nuestro mundo se ve salpicado de profetas modernos que retuercen la verdad a base de puro magnetismo. Con más carisma que argumento, nos embaucan para que creamos eso que es de obvia falsedad, pero que no alcanzamos a identificar como tal pues las palabras son capaces de nublar la razón, y es ahí dónde el sistema se viene abajo. Lejos de razonar o argumentar, enriquecer la mente con ideas edificantes, los ‘neo-profetas’ birlocan, como si de un truco de ilusionismo se tratara, la verdad pues precisamente con eso juegan, con la ilusión de las personas, la ilusión... o el miedo. No me resulta extraño (y esto también es grave) ver diariamente como la lógica es tirada a la más miserable de las basuras sustituida por la pura y simple demagogia, pues en el barco del populismo el razonamiento mesurado es un pasajero non grato, demasiado incómodo para el circo de hipnotismo con que se “agasaja” al pasaje. Lo chocante, lo que me hace pensar que la vaguería intelectual no es cosa de alfabetización sino una cuestión inherente al hombre sin importar su época, es que cada día se unan más y más adeptos a esta nueva irracionalidad que campa a sus anchas por nuestros días ¡Pese a las advertencias que lanzan algunos que aún conservan sus mentes críticas! Sin embargo, es más cómodo ignorarlos, tacharlos de alarmistas o incluso de vejestorios. Reservorios de unos valores trasnochados, pues lo viejo, en este mundo inmediato y rabiosamente juvenil, es execrable, cuando lo único obsoleto es, precisamente, las mañas de ese mensajero del futuro, tan falso como la mentira que utilizaba aquel personaje. En esas tretas arteras se ven reflejados sin que les importe lo más mínimo pues su meta es más alta (o en este caso baja). Los ‘neo-profetas’ no ven su reflejo, ven la masa de zombies a los que ha lavado el cerebro babear por nuevas migajas en forma de palabras que les libren de hacer uso de sus neuronas, que les guíen en lugar de pensar en su propio camino.

No obstante, estos engañabobos no pueden (por más que quiera su egolatría) argüirse todo el mérito, no. La sociedad y la educación predisponen, con su condenado (nos condena a todos a vivir el fenómeno del que hablo, queramos o no) ‘buenísmo’ a aceptar los mantras de los embaucadores. Y llevan tanto tiempo haciéndolo que los antaño pequeños grupos se han convertido en toda una horda palpitante que agrede ciegamente, como buenos zombies descerebrados, a todo aquel que no sea como ellos. Hoy día se puede observar (con estupefacción) como el conjunto de valores, el ideario que antes (unas simples décadas, tampoco tanto) se consideraba correcto, ahora es un enemigo público, lo derecho, lo correcto, ahora no es sino una declaración de decrepitud.

Es tan fácil oír y creer, y tan difícil pensar y actuar muto-propio...

¡Que lástima! Una de las mejores virtudes humanas es el pensamiento racional e independiente, pero una reflexión profunda requiere tiempo, tiempo que hoy más que nunca es un tesoro, uno que hay que invertir en manipular, mentir, difundir la palabra del ‘mesías’ y tachar de lo que se tercie al que se resista a ser asimilado (como reza el lema borg <<la resistencia es inútil>>). O bueno, si se es más pacífico, el tiempo es necesario para hacerse selfies y criticar desde una posición alejada (y relajada) a todo lo que se mueva. Ambas labores muy necesarias e importantes para nuestro mundo y legado, claro.

Me pregunto ¿Qué vas a hacer tú, querido lector? ¿Vas a dedicarte a esas tareas tan sumamente importantes o vas a defender unas ideas basadas en una reflexión cocinada a fuego lento en la olla del razonamiento propio? ¿Vas a dejar que los valores de siempre (aquellos que perviven a través de los años porque nuestros padres y abuelos consideraron justos) sean trastocados, vejados... en favor de una manipulación buenista sin más objetivo que la aclamación de esos manipuladores? Tú decides ¿Valores que fomentan la prosperidad desde antes que nacieras o el poder de un demagogo moderno que tacha de malo las cosas sólo por ser antiguas, aun cuando sean válidas y por ello debieran seguir vigentes?

Nos vemos en nuestro rincón, sólo sigue el sendero boscoso.



Muchas personas preferirían morir antes que pensar, de hecho, la mayoría así lo hacen. - Bertrand Arthur William Russell